El Mundial de rugby, un deporte de jerarquías, tiene a su cenicienta rebelde. Fiyi, una selección que no negocia su estilo de agresividad sin límites, ha puesto contra las cuerdas a Australia, un doble campeón del mundo, tras imponerse por primera vez a su primo mayor desde 1954. Un hito nacional para un país devoto al deporte del balón oval pese a su modesta población –por debajo del millón de habitantes– que abandona el papel de víctima para aspirar a algo grande mientras los Wallabies afrontan la peor herida de su historia si no ganan a Gales en su próximo partido.
Fiji, el primer campeón olímpico masculino –fue en 2016, en el formato de rugby a siete – plantea un desafío a la norma por su estilo frenético y descontrolado. Jugadores con una enorme potencia –no solo los delanteros, también los aperturas o los medios de melé– siempre dispuestos al impacto, a romper la línea enemiga. Todo un reto para sus rivales, obligados a un esfuerzo de fondo. En lo táctico, su divisa es el riesgo, algo que se traduce en todas las secuencias. Poner rápido el balón en juego para que el ritmo sea diabólico, arriesgarse a buscar la jugada ganadora, aunque el portador de balón no tenga los apoyos. O continuar la acción de la manera más imprevisible, aunque aquello acabe en pérdida. Ante su debilidad para competir en un formato más estático, su apuesta es el libre albedrío.
Un rugby romántico que necesita de un cierto orden para convertirse en ganador. La historia de las selecciones oceánicas –Tonga y Samoa comparten una herencia similar– en los Mundiales incluye secuencias geniales y una cascada de indisciplinas tácticas, esas faltas que los grandes aprovechan para someterles. Ante Australia, cuadraron el círculo. Su victoria (22-15) se quedó corta para sus méritos: dominaron la posesión, el territorio y hasta la cuenta de faltas, solo siete por 18 de los Wallabies. La prueba de que Fiyi ha canalizado su locura.
Los polinesios gestionaron un marcador favorable con madurez siete días después de quedarse a un suspiro de lograr ante Gales la mayor remontada en la historia de los mundiales. De verse 18 puntos abajo a diez minutos del final a anotar dos ensayos y rozar el de la victoria con el tiempo cumplido ante un rival abrumado que salvó los muebles porque al gran líder fiyiano, Semi Radradra, se le escurrió el balón a la hora de recibir el pase definitivo. Esa reacción valió dos puntos bonus –perder por menos de siete y anotar cuatro ensayos– que les sitúan en una posición privilegiada en un potencial empate a victorias. Si cumplen el pronóstico y ganan a Georgia y Portugal, el billete a cuartos está en su mano.
Mientras, Australia está en llamas. Eddie Jones, el seleccionador que llevó a Inglaterra a la final del último Mundial antes de ser despedido tras un aciago 2022, se marchó abucheado en Saint-Étienne tanto por sus compatriotas como por los franceses, que no olvidan su pasado. “Probablemente merecía algo peor, deberían haberme tirado baguetes o cruasanes”, reconoció el técnico, un habitual retador ante los micrófonos.
Los Wallabies solo han ganado uno de sus siete partidos de 2023 –su estreno ante Georgia– con derrotas abultadas ante Sudáfrica, Francia y Nueva Zelanda. La generación más joven en las últimas tres décadas tendrá huérfana de su capitán, Will Skelton –lo intentó todo, pero tuvo que borrarse del encuentro a una hora del partido– defiende a un país que ha superado la fase de grupos en los nueve mundiales anteriores.
Lo dice Raiwalui
Fiyi tiene a tiro la segunda clasificación de su historia tras apear a Gales en la fase de grupos en 2007, también en Francia, y poner contra las cuerdas a Sudáfrica –a la postre campeona– en un duelo de cuartos que empataron a falta de cuarto de hora. A partir de entonces, el músculo económico de los clubes franceses e ingleses ha convertido al combinado oceánico en una generación de emigrantes que pagaba en los grandes torneos la falta de partidos juntos.
Esa química, ese orden, lo explica la inclusión de Drua, la franquicia fiyiana, en el Super Rugby, la gran competición de clubes del hemisferio sur en la que han debutado con nota. “Los tiempos en los que la gente hablaba de nosotros como un grupo de individualidades con talento ha pasado. Ahora hablan de nosotros como un buen equipo”, esgrimió su seleccionador, Simon Raiwalui. Su homólogo australiano reconoció sus méritos y su candidatura a entrar en el Super Rugby junto a Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica y Argentina. “No veo ninguna razón para que no puedan hacerlo”. El país más pequeño aspira a un futuro grande.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.