En un Estados Unidos cada vez más polarizado, el Senado es un reflejo de las encarnizadas luchas entre partidos. Es cada vez más una rareza que los legisladores republicanos voten a favor de medidas propuestas por los demócratas, y viceversa. Pero esta semana las corbatas y las chaquetas han conseguido lo que no han podido ni la guerra en Ucrania ni los presupuestos nacionales: ponerles a todos de acuerdo. Han votado por unanimidad a favor de una enmienda presentada por ambos partidos que les obligará a vestir de traje en los plenarios: una reacción fulminante al anuncio del líder de la mayoría demócrata, Charles Schumer, que la semana pasada había dado libertad a sus señorías para vestir como quisiesen.
El anuncio de Schumer había caído como una bomba entre el centenar de senadores. Pocos lugares hay en Estados Unidos donde la tradición pese tanto como en la Cámara alta del Congreso estadounidense. Sobre sus mesas aún se colocan tinteros. En el suelo de su hemiciclo se mantienen las escupideras, aunque haga muchas décadas que sus señorías dejaran de mascar tabaco. No está permitido el uso de ordenadores portátiles en la sala. Solo hace cuatro años que las senadoras pueden llevar vestidos sin mangas o zapatos con punta abierta. En este contexto, que el senador demócrata John Fetterman, que se recupera de una depresión, paseara en pantalón corto por la sala de plenos cada vez con más frecuencia había acaparado las conversaciones, casi más que las dificultades para llegar a un acuerdo sobre medidas presupuestarias o la guerra en Ucrania.
Fue precisamente el desdén confeso por los trajes de Fetterman, un gigantón de casi dos metros, lo que motivó a Schumer a anunciar el fin de lo que hasta ahora había sido una norma no escrita, pero tan respetada como si fuera una enmienda más de la Constitución estadounidense: la obligación de vestir atuendo formal en los plenos (las normas internas sí obligaban al atuendo formal en las reuniones de los comités).
“Los senadores pueden escoger cómo vestirse en la sala del Senado”, declaraba Schumer al anunciar el cambio. El líder, que acumula tres décadas en la Cámara alta, precisaba que, personalmente, continuaría “yendo de traje”. Los asistentes de los legisladores también, aunque no por decisión propia: el cambio solo beneficiaba a los 100 senadores, no al resto del personal que trabaja en el Capitolio.
La decisión implicaba que el chambelán de la cámara, responsable de velar por los códigos de conducta en la sala de plenos, dejaba de bloquear el acceso a los senadores que llegasen a todo correr del gimnasio o del aeropuerto, aún vestidos con ropa deportiva o camisetas, para participar en una votación. Hasta ahora, quienes se veían en ese problema lo resolvían votando desde el umbral del hemiciclo, con un pie dentro del guardarropa.
Pese a la polvareda levantada, lo cierto es que no existía un código escrito de vestimenta para regular cómo deben vestirse los senadores. Sí existen algunas normas más precisas en la Cámara de Representantes, que especifican, entre otras cosas, la prohibición de cubrirse la cabeza en el plenario. Desde 2019, esta prohibición incluye excepciones por motivos médicos o religiosos, para acomodar el hiyab de la congresista demócrata Ilham Omar, de Minnesota.
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Reformas impulsadas por las senadoras
Únicamente existía una directriz verbal que pedía a los legisladores ataviarse de manera “apropiada”. Con el tiempo, el traje de chaqueta, con sus connotaciones de autoridad y respetabilidad masculina, se convirtió en la única opción consentida. Es una tendencia que se acentuó especialmente a partir de 1979, cuando comenzaron a televisarse en directo las sesiones en el Capitolio. Algo que comenzó a generar fricciones a medida que más mujeres candidatas fueron siendo elegidas al Congreso.
1993 ha pasado a la historia del Senado como el de la “rebelión de los trajes pantalón”. Aquel año se incorporó un número hasta entonces nunca visto de mujeres en la Cámara alta: seis. Media docena de senadoras que reclamaron igualdad en el acceso al gimnasio, en el número de aseos y en la aceptación del uso del pantalón como parte del atavío formal para ellas.
Nuevamente, fueron las mujeres las que promovieron el siguiente cambio significativo del código. En 2017, y tras una serie de protestas después de que los ujieres impidieran el paso a una periodista que llevaba los brazos al aire, se incluyeron los vestidos sin mangas y los zapatos de punta abierta entre la vestimenta considerada “apropiada”.
Pero la libertad de indumentaria apenas ha durado una semana. La bancada de la oposición republicana, casi al unísono, condenaba la decisión de Schumer desde el primer momento. 47 de ellos, de un total de 49, escribieron una carta abierta en la que le instaban a echar marcha atrás. “Permitir la vestimenta informal en la sala del Senado es una falta de respeto a la institución a la que servimos y a las familias estadounidenses que representamos”, sostenían. La senadora republicana por Maine, Susan Collins, una veterana política de 70 años, bromeaba con “ir a votar en los plenarios en bikini”.
No fueron solo los legisladores republicanos, de ideología supuestamente más conservadora, quienes protestaron contra la libertad de vestir vaqueros y camisetas. Entre los propios demócratas se alzaron voces en contra de la idea. “Necesitamos establecer pautas en lo que respecta a lo que llevamos puesto en los plenarios del Senado”, declaraba Dick Durbin, el responsable de disciplina interna de ese partido en la Cámara alta, “ahora mismo estamos en el proceso de debatir cuáles deben ser esas pautas”. El antiguo astronauta Mark Kelly, senador por Arizona, era tajante: dijo que no le gusta la idea de que cada legislador pueda presentarse como le plazca en una institución responsable de aprobar la entrada del país en guerras.
Incluso el Washington Post, una institución casi tan venerable en la capital estadounidense como el propio Senado, criticaba el paso de Schumer: la obligación de un atuendo formal “ayuda a expresar la importancia extrema [del Senado] y el impacto en el mundo real de las políticas que pone en marcha”, expresaba en una tribuna.
Finalmente, los senadores Joe Manchin (demócrata, de Virginia Occidental) y Mitt Romney (republicano, Utah) presentaron esta semana una resolución conjunta que, por primera vez, pone en negro sobre blanco la obligación de llevar traje en los plenos. Quedó aprobada el miércoles por unanimidad. A partir de ahora, queda establecido que los senadores varones deberán llevar chaqueta, corbata y pantalón largo en las sesiones plenarias. Aunque no especifica qué se entiende por “atuendo de trabajo” en el caso de las mujeres.
“Aunque nunca habíamos tenido un código de indumentaria, los acontecimientos de la última semana nos han hecho sentir que adoptar uno de manera formal es el paso adecuado”, ha declarado Schumer. “Agradezco que el senador Fetterman haya colaborado conmigo para llegar a un acuerdo que todos encontramos aceptable, y a los senadores Manchin y Romney su liderazgo en este asunto”.
Fetterman, el desencadenante del episodio, se ha tomado la polémica con humor. En la red social X, la antigua Twitter, había hecho una promesa: “Si esos bobos en la Cámara de Representantes dejan de intentar que nuestro Gobierno tenga que cesar sus actividades, y dan su total apoyo a Ucrania, yo salvaré la democracia poniéndome un traje en la sala de plenos”. Y ahora ha asegurado que durante los plenos se pondrá traje, corbata y pantalón largo.
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